Indhira en el confesionario se derrumbaba y no sabía qué hacer con el personal. La gente le achacaba que se hubieran comportado como lo hicieron fuera de la casa, que no se podían ni ver, y ahora estaban tan pegados que nadie les podía despegar ni siquiera con agua caliente; quen lo que antes eran insultos ahora son arrumacos. Ella se quejaba que de lo único que pensaban los demás es que la veían como una chica que sólo se había acostado con Arturo nada más. Y eso la estaba poniendo malita. Pero mientras estaba así, reconocía que se estaba enamorando otra vez. Y además, cuidadito, ya le estaba tirando lo tejos a Piero. Sí, sí... a Piero.